Los repentinos y alegres gritos me tomaron por sorpresa aquel mediodía en "La muerte lenta”, uno de los comedores universitarios de San Marcos. No obstante, pocos segundos después me convertía en uno más de aquellos alborotados y ruidosos estudiantes con ganas de fiesta.
Aquellos pequeños escándalos no eran muy frecuentes, pero cuando
ocurrían, acostumbrábamos amplificar sus decibelios haciendo tronar los cientos
de tenedores y cucharas, "charolas" y cucharones con los que estábamos
armados a la hora de la comida. Como es obvio, con el estrépito solíamos olvidar
por unos instantes nuestra voracidad juvenil y los apetitosos olores de las
sopas, guisos, fritangas, frutos y refrescos que aromaban aquel estupendo lugar,
el cual podría decir que era un sagrado santuario del sustento estudiantil.
El mayúsculo alboroto obedecía a una tradición sanmarquina que iniciábamos cuando por distracción algún cachimbo (o cachimba) -cabe decir, algún estudiante recién admitido a la universidad-, se equivocaba en el rutinario procedimiento de recibir sus alimentos durante su primera visita al comedor universitario.
La algarabía suponía, en efecto, una original bienvenida que
sorprendía y dejaba en evidencia al novato, quien con frecuencia y mucho más nervioso todavía reincidía en la
equivocación, provocando con su despiste una nueva y aún más potente ola de ruido
que acababa siendo el disfrute de todos los allí presentes.
Pero no era la única tradición de celebración destinada a
los cachimbos. Recuerdo perfectamente otras fiestas a cargo de los centros
federados, de las autoridades académicas de las facultades, del mismo rectorado
universitario, de los orgullos padres…
Tampoco he olvidado los baños de agua para las chicas (a
veces con pintura) y, en especial, otra muy original…
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¡Cachimbo!,
¡Cachimbo!, ¡Cachimbo!...
Una mañana de mediados de 1989, algunos meses antes de aquel
mediodía en “La muerte lenta”, alguien tras de mí había canturreado estas
mismas palabras mientras yo vigilaba el despreocupado juego de unos niños en una
escuela infantil de Miraflores, donde yo trabaja por aquella época.
Sí, canturreaba dulcemente y se me acercaba con una enorme
sonrisa de orgullo maternal para felicitarme por mi ingreso a San Marcos.
Doña Rosa sabía que no había sido fácil obtener una de
aquellas cinco mil vacantes ofrecidas por la legendaria UNMSM frente a los aproximadamente
cincuenta mil aspirantes a conseguirlas. Lo sabía en carne propia porque una de
sus hijas también había probado todos los sabores y sinsabores de aquella
empresa. Por esta razón, aquella mañana ella había seguido sin sosiego las
noticias de los resultados del examen de admisión mediante llamadas telefónicas
a su casa, así que en cuanto se enteró de la buena nueva, no quiso perder la
oportunidad de ser ella la primera en darme aquella magnífica sorpresa, una de
las más gratas de mi vida.
Tras la felicitación y la difusión de la primicia entre los
compañeros de trabajo, haciendo uso de aquella infinita serenidad que la
caracterizaba, doña Rosa introdujo una mano en el bolsillo de su delantal y extrajo de allí unas
tijeras de peluquería que, a todas luces, había preparado para la ocasión.
¡Cachimbo!,
¡Cachimbo!, ¡Cachimbo!...
Continuó canturreando doña Rosa, mientras su sonrisa y su mirada de orgullo cobraban
matices de travesura y picardía.
Aquella mañana fue inevitable experimentar otra de las tradiciones
de los cachimbos en el Perú: el famoso trasquilado de pelo. No opuse
resistencia. Con resignación pero pletórico de orgullo me sometí a aquella improvisada y falsa operación de
peluquería que horas más tarde mis
amigos y familia se encargarían de terminar.
Guardo una fotografía no digitalizada de aquella época. Un retrato en el que aparezco completamente
rapado como muestra de aquel momento en que gracias a la universidad, empecé a
abrir los ojos a la vida y al mundo. La foto de un tiempo en que, amen de una inolvidable
tradición, he recordado con nostalgia y he querido registrar a mi manera en
estas páginas que pugnan por apartarme con tenacidad del implacable olvido.
Gracias por este bonito recuerdo. Mejor que una foto son las imagenes que has evocado, gracias.
ResponderEliminarPrecioso recuerdo.
ResponderEliminarAgradezco que lo compartas. También abres mis ojos a otras vidas y otros mundos.
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