sábado, 11 de septiembre de 2010

¿A dónde fue nuestro homo ludens?

He empezado a hurgar en los recuerdos más remotos de mi memoria para iniciar, digamos, el backup de los documentos más viejos que con suerte pueda encontrar.

Estoy pensando en aquellos tatuajes de acero que el viejo y cruel Cronos, por pereza o por desidia, por conveniencia o por compasión, ha decidido no exterminar.

No pretendo, en ningún sentido, dejar de narrar sobre el ahora. Por ello, aunque con total ausencia de técnica, intentaré desplazarme hacia atrás o hacia adelante sobre esta finita y frágil cuerda confeccionada por el hábil artesano del tiempo.

No me ha sido difícil dar con mí primer hallazgo, puesto que éste, con su propia luz me ha guiado hasta sí mismo. Así, de pronto, me he encontrado frente a un enorme y viejo baúl repleto de mis inolvidables tesoros infantiles: el indestructible camioncito, ensamblado y desensamblado mil y una veces, coloridos trompos y muñecos acróbatas, juguetes todos de madera; centenares de variopintas e iridiscentes canicas de cristal, unas cuantas cometas de carrizo, otras tantas terribles tirachinas, y algunas desgastadas pelotas de fútbol.

Sin respuesta, me he preguntado frecuentemente en qué momento y porqué dejamos de interesarnos por estos maravillosos objetos. Porqué el homo ludens ha de extinguirse inexorablemente en nosotros con el transcurrir de los años para entregar su reinado al pragmático homo faber.

La orfandad de infancia es una de las peores crueldades de la vida. Cada día veo asombrado cómo, a sus tres tiernísimos años, mi Ximena se aloja voluntariamente en su mundo paralelo de mágicos castillos, de príncipes y princesas, de pícaros duendecillos y de haditas muy traviesas; sabia consejera de sus marionetas, diestra maestra de peluches y muñecas; veterinaria experta en coloridas mariquitas, caracolitos diminutos y hormiguitas muy inquietas; creadora, pasajera y capitana de sus barquitos de cartulina, elije la nave en la que desea viajar y se marcha en su blanca nube, a buscar estrellitas danzantes y solecitos de plastilina, de caritas muy sonrientes. Feliz se marcha y, al parecer, no desea regresar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario