Los repentinos y alegres gritos me tomaron por sorpresa aquel mediodía en "La muerte lenta”, uno de los comedores universitarios de San Marcos. No obstante, pocos segundos después me convertía en uno más de aquellos alborotados y ruidosos estudiantes con ganas de fiesta.
Aquellos pequeños escándalos no eran muy frecuentes, pero cuando
ocurrían, acostumbrábamos amplificar sus decibelios haciendo tronar los cientos
de tenedores y cucharas, "charolas" y cucharones con los que estábamos
armados a la hora de la comida. Como es obvio, con el estrépito solíamos olvidar
por unos instantes nuestra voracidad juvenil y los apetitosos olores de las
sopas, guisos, fritangas, frutos y refrescos que aromaban aquel estupendo lugar,
el cual podría decir que era un sagrado santuario del sustento estudiantil.
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¡Cachimbo!,
¡Cachimbo!, ¡Cachimbo!...