viernes, 4 de marzo de 2011

Los trenes de la vida

Los misteriosos trenes de la vida no tienen ni estación de salida ni horario establecido. ¿Rutas? Todas. ¿Paradas fijas? Quizás tantas como cada minuto de la mismísima existencia ¿Última estación? Imposible conocerla.

Estos trenes, nos percatemos de ellos o no, pasan y pasan sin cesar, uno tras otro a lo largo de nuestras vidas y nosotros, luego de profundas o superficiales reflexiones, de sosegadas o veloces decisiones, solemos abordarlos para vivir la buena o la mala fortuna de aquel desconocido y enigmático viaje hacia quién sabe dónde, hacia quién sabe qué.



Hay a quienes -sin lugar a duda los más felices- nos da igual el tren, la ruta o la destinación elegida, sólo subimos y bajamos de ellos mecánicamente y, sin preguntas ni desvelos, viajamos y viajamos de destino en destino, quedando por lo general satisfechos y agradecidos por el simple hecho de haber realizado aquella fortuita experiencia.

A otros sin embargo nos consume la duda, un flujo ininterrumpido de interrogantes sin respuesta que no sabemos cómo aplacar ni contener. Permanecemos en un estado perpetuo de inconformidad e inquietud, ahítos de imposibles hipótesis en pasado, pensando en el tal vez, en el quizás y en una eternidad de premisas sin conclusión. En contraposición con los anteriores, vivimos recelosos e incrédulos a la espera constante de la próxima parada y del siguiente tren que presumiblemente abordaremos. Lo anecdótico es que sin saber siquiera si bajaremos o no, si nos volveremos a embarcar o no, la espera es ansiosa y los ojos se nos avivan de esperanza, queriendo creer que cada nuevo viaje será distinto y mejor que el anterior, aunque casi nunca lo sea.

Los trenes de la vida son las oportunidades de la vida que supimos aprovechar, aquellas que dejamos pasar y por supuesto aquellas otras que nunca llegan.

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