lunes, 20 de junio de 2011

El escarabajo blanco

A pesar de toda la crueldad que caracteriza la raza humana, hoy me he puesto a pensar en cómo es que a veces somos capaces de imprimir ternura y afecto incluso en las cosas carentes de vida, en lo inanimado.

Lo curioso es que con el transcurrir del tiempo y gracias al conjuro de algún inesperado estímulo, éstas mismas cosas, sean ajenas o nuestras, sean nuevas o viejas, son capaces de devolvernos con creces todo lo que en ellas dejamos impregnado, todo aquello que les dimos. Es decir, el tiempo las va añejando en los barriles de la memoria hasta que las recuperamos beneficiadas por el insospechado efecto de la nostalgia.

La causa de esta breve reflexión es porque hoy precisamente, en uno de nuestros innumerables paseos con Ximena, la repentina visión de un Volkswagen escarabajo blanco me ha sobresaltado. Inquieto por la emoción y aprovechando la coincidencia de un semáforo en rojo, le he señalado el coche desde mi ventana y olvidando por completo sus cuatro años, he exclamado: 
- ¡Mira Ximena, qué bonito ese escarabajo blanco! ¡Es precioso! ¿A que es precioso?

- ¿El qué, papa? ¿Cuál escarabajo, papa? 

- Aquel, aquel...! -he insistido y, con la nostalgia a punto de desbordarse de su cauce, he continuado indicándoselo emocionado.

-Tu padre tenía un coche igual a ése… -he alcanzado a añadir. Entonces, ha cambiado la luz del semáforo a verde y cada quien ha tomado su rumbo y el escarabajo ha desparecido de nuestra vista.

- Pero papa, si tú ya tienes tu coche… -me ha respondido la pequeña con su lógica aplastante y totalmente ajena a mi subjetiva apreciación.

Tras la efímera visión, el recuerdo de mi cariño por mi primer coche y por el acontecer de toda una época pasada alrededor de él, me ha inundado el presente y una dulce nostalgia ha empezado a desempañar con prisa los opacos cristales del olvido.

Efectivamente, mi escarabajo blanco fue mi viaje de ida y vuelta, a veces sólo de ida, a veces sólo de vuelta, mi anhelado lujo del 82, mi biblioteca y mi oficina, mi comedor y mi altar, mi paño de lágrimas, mi cómplice, mi taxi amarillo, mi limosina nupcial, mi descanso y mi hartazgo, el pasaje de mis amigos y (cómo no) el de mis amigas, el coche del pueblo del profesor, mi silla de playa, mi preciado hotelito de paso…

Mi Volkswagen, mi “Cholito” como solía llamarlo, fue mi rocinante y, con él, hubo un lugar, cuyo nombre he elegido no olvidar, molinos de viento contra los cuales luchar y entuertos que desfacer y doncellas que rescatar, dulcineas a las cuales amar y un Sancho que ya no existe, porque lo nombraron caballero hace tiempo ya.

1 comentario:

  1. Hola Javier, soy de Lima, me gusto leer tu historia con tu volswagen blanco. Como tú, también tengo bonitos recuerdos de un volswagen blanco que un ex enamorado tenía,en la que pasamos lindos momentos y como bien dices en uno de los párrafos...fue un hotelito de paso...por la Costa Verde, cuando la noche, la pasión desenfrenada,las hormonas nos ganaban y el dinero faltaba, esa playa y ese carro se convertían en cómplice de esas noches de amor, locura y pasión. Recuerdo que después de esas noches de placer, regresábamos a casa por el circuito de playas escuchando Dust in the Wind de Kansas y a Roberto Carlos...siendo testigo en silencio de ese gran amor...el volswagen blanco.

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