domingo, 8 de mayo de 2011

Quien esté libre de pecado que tire la segunda piedra

Aún cursaba el tercer año de facultad en la UNMSM, pero el azar había jugado sus cartas para que yo me hallara allí, frente a aquel grupo de bulliciosos e inquietos adolescentes de quinto de secundaria, debutando como profesor.

De manera similar, pocos años atrás, mi elección por la carrera de Educación había sido fruto del fortuito antojo de aquellas misteriosas fuerzas que, lo deseemos o no, a veces condicionan de manera impredecible nuestras vidas.


¡Arquitecto, tienes que ser arquitecto! insistía sin tregua y con exagerado entusiasmo mi padre, en los días en que aún aprendía mis primeras operaciones aritméticas y trazaba con torpeza mis incipientes garabatos de lectoescritura. Sus palabras sonaban persuasivas, quizás convencido que su fe y vehemencia serían las convenientes semillas que harían de mí un destacado ingeniero del diseño. Así, crecí creyendo firmemente en unas destrezas matemáticas que, años después, la universidad se encargaría de desmentir con sobradas pruebas, restregándome en el rostro mi total incompetencia en este ámbito del conocimiento.

Tras mi entrevista de trabajo con Adela, intuí que sería en el Colegio San Martín de Magdalena del Mar,  donde me estrenaría como profesor. No me equivoqué. Desde aquella misma mañana, la directora, quien más adelante sería una gran amiga y consejera, me confiaba la plaza y los grupos de una profesora de Lengua y Literatura que se hallaba con una licencia por maternidad. Sustituirla sería mi prueba de fuego. El improvisado comienzo y la contracción muscular en mi estómago, producto de mis descontrolados nervios, no serían suficientes excusas para defraudar a nadie. Estaba dispuesto a dar lo mejor de mí en aquella nueva experiencia.

El aula era pequeña y la obra estaba inacabada. A causa de ello, desde fuera, el marco sin puerta permitía divisar al final del estrecho pasillo de la sala la pizarra y las paredes interiores de ladrillo visto, así como los viejos pupitres de madera. Los estudiantes aparentaban una calma similar a la que precede a las tempestades. Me esperaban deseosos de hacerme comprender en carne propia aquello que había leído y escuchado tantas veces: que había una gran brecha entre la teoría y la práctica pedagógica, que a enseñar se aprende enseñando y que en las aulas, por más años y experiencia que se tenga, siempre hay algo nuevo que aprender.

Me armé de valor y entré al aula. Había dado sólo unos pasos cuando involuntariamente pateé una de las innumerables piedrecitas que salpicaban el suelo aún sin losas. El seco ruido del impacto fue el mínimo pretexto que los chicos necesitaban para hacerme el centro de sus burlas. Aún no sé cómo mantuve la calma, pero la mantuve. Me presenté y los invité a que también lo hicieran, lo cual los alborotó un poco más. Fingiendo una seguridad que no tenía, les di la espalda y, cuando me disponía a escribir en la pizarra el tema de mi primera clase, un pequeño proyectil de piedra estalló contra la pizarra muy cerca de mí. Un silencio inesperado invadió la sala. Tenía milésimas de segundo para decidir qué hacer frente a la travesura del osado adolescente que deseaba, a cualquier precio, cobrar protagonismo y hacer que mi iniciación fuese un fiasco total . Entonces giré y, resguardado por el ángel de la pedagogía que apareció de la nada, les dije: Quien esté libre de pecado que tire la segunda piedra. Y volví a la carga: ¿Me han oído? He dicho que Quien esté libre de pecado que tire la segunda piedra.

Los chicos y chicas me miraban desconcertados, pues no entendían lo que les quería decir. Esperaban que les llamase la atención o que me enfadara, pero no fue así. Entonces, tras un breve silencio añadí: ése será el inicio de la redacción de aproximadamente cien palabras que deberán realizar en la clase de hoy, lo cual que me permitirá saber cómo escriben. Volví a la pizarra y, esta vez, pude anotar sin interrupciones la frase.

La clase continuó y acabó con preguntas sobre si estaba bien o mal escrito esto o aquello, si decía lo que en verdad quería decir, si iba o no tilde, si la coma o el punto estaban en el lugar adecuado, etc. Aunque no pude ni siquiera empezar el tema que me había propuesto trabajar, no me fue del todo mal aquel primer día en que tuve que dirigir por vez primera a un grupo de adolescentes en una clase. Hoy, tan lejos de todo ello, suelo recordar con nostalgia el brillo en los ojos de mis alumnos esperando la respuesta satisfactoria a alguna pregunta, su cariño y algarabía, su ternura…

2 comentarios:

  1. AL PASO DE LOS AÑOS NUESTROS RECUERDOS NOS HACEN VER EL POR QUE SOMOS LO QUE SOMOS HOY ...Y LO QUE PODRIAMOS SER CON MAS CERTEZA Y MADUREZ...SIEMPRE HAY ALGO NUEVO QUE DESCUBRIR...SOLO QUE ESTA VEZ TENEMOS LOS OJOS MAS HABIERTOS....EL BACKUP DE NUESTRAS MEMORIAS NOS HACE FUERTES....TE QUIERO MUCHO PRIMO POR LO QUE ERES FUISTES Y SERAS....SALUDOS A TU HERMOSA FAMILIA....Y CUANDO BIENE EL VARONCITO??....CARLOS

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  2. wow!... ahora que soy profesora (no de literatura)entiendo claramente cada momento descrito como si fuera el mío. El tiempo ha pasado, pero cada palabra que escucho de mi profe Javier son un consejo para mí. Gracias por todo!!!...primo!..

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